Tal vez algún día haya que reconsiderar el término prehistoria para
definir el difuso periodo del que no hay registro escrito. La genética
está ayudando a los científicos a descifrar esa parte del pasado con
una veracidad no siempre garantizada para los documentos históricos;
los genes no mienten, siempre que se interprete correctamente lo que
cuentan. En el estudio que hoy publica Science, el mayor
emprendido con datos genéticos de África, cuentan mucho sobre el origen
de los humanos, su viaje por el planeta y sus herederos actuales que
custodian la cuna africana de nuestra especie.
Un equipo internacional de científicos dirigido por la genetista de la Universidad de Pensilvania Sarah Tishkoff
ha completado un extenso trabajo de 10 años en el que se han recogido,
analizado y comparado 1.327 marcadores de ADN en unos 4.000 individuos
de remotas poblaciones africanas, cuatro afroamericanas y 60 no
africanas. El método convierte las semejanzas y diferencias entre los
ADN de distintos donantes en distancias genéticas, que pueden
traducirse en lapsos temporales y correlacionarse con distancias
geográficas para rastrear los itinerarios y ritmos de la diáspora
humana.
Después de procesar el ingente volumen de datos, son
varias las conclusiones. Quizá la más llamativa es la que sitúa las
primeras poblaciones de humanos modernos hace unos 200.000 años en la
región costera fronteriza entre Namibia y Angola. África Oriental,
considerada habitualmente la cuna humana, habría acogido en torno al
Mar Rojo el principal nudo de donde hace 100.000 años partieron las
dispersiones hacia Eurasia, la primera estación central de la humanidad.
Menos
sorpresas hay en la demostración de que los africanos son los humanos
genéticamente más diversos; a lo largo de las migraciones, el efecto
fundador –expansión de poblaciones a partir de pocos individuos– fue
reduciendo la variedad. Los datos apuntan a 14 grupos ancestrales de
los que derivaron todas las etnias africanas, cuyos parentescos
genéticos coinciden a grandes rasgos con los patrones previamente
definidos por la lingüística y la antropología cultural.
Un dato
curioso es la estrecha relación genética entre todos los grupos
cazadores y recolectores geográficamente dispersos, desde los
bosquimanos khoisan del sur o los ndorobo de Kenia a los pigmeos
centroafricanos. El habla de algunos de estos grupos se caracteriza por
consonantes chasqueadas con la lengua, algo que falta en los pigmeos.
Si la genética no falla, dicen los autores, el lenguaje original de los
pigmeos también habría incluido estos sonidos, que quizá luego se
perdieron.
Por
último, el trabajo revela los ingredientes genéticos de los
afroamericanos: su herencia procede en un 71% de varios grupos
africanos occidentales, en un 13% de Europa y en un 8% de otras etnias
africanas.
Tishkoff ofrece su trabajo como primera piedra para
estudiar cómo las variantes genéticas de los africanos influyen en su
respuesta a fármacos y sensibilidad a enfermedades. Para ello, dice,
deberán considerarse varias etnias y no sólo una como a veces ocurre
ahora, ya que ninguna población representa a todo el continente.
Noticia original Diario Público
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