8 feb 2012

La increible pero cierta historia del masacrado pueblo Kikuyu

La Historia más reciente del continente africano está jalonada de pequeñas historias, a veces creibles, a veces difíciles de imaginar. En su condición de espacio masacrado, explotado y expoliado hasta la saciedad, han sido, y desafortunadamente siguen siendo, muchas las historias que nos pueden llegar a dar algunas pistas del por qué de la situación actual de tan rico continente. La historia de los Mau-Mau es una de ellas.

Las palabras Mau-Mau me traen un recuerdo infantil algo turbador. Tal vez tendría yo nueve o diez años y en un televisor recién estrenado recuerdo que conmemoraban algún hecho histórico, y aparecían  las imágenes de unos soldados británicos, en pantalón corto, que contemplaban las ruinas incendiadas de una granja. El locutor hablaba de bandas armadas de salvajes nativos, a los que calificaba con ardorosos adjetivos que he olvidado. Pero recuerdo la dos sílabas terribles: MauMau. Pregunté sobre ello y alguno de los mayores -tal vez mi abuela- me explicó que habían sido unos asesinos africanos que practicaban el canibalismo, que degollaban pobres colonos blancos indefensos y les arrancaban el corazón para comérselo. La organización Mau-Mau, en los recuerdos de mi infancia, vive asociada al horror de los sueños terribles, a las pesadillas de la niñez, que son las que menos se olvidan.


Por aquellos años, los niños europeos no sabíamos que más de cien mil kikuyus habían vivido en condiciones infrahumanas, en lo que los «pobres e indefensos» colonos blancos llamaban "african locations", especie de territorios acotados donde los kikuyu cultivaban extensiones de tierra en proporción de una milla cuadrada por cada mil habitantes. El resto de la población nativa se repartía entre trabajadores a sueldo -a sueldo de hambre, por supuesto- en las grandes plantaciones de los blancos, y gentes que vivían en las ciudades dedicados a la cotidiana tarea de sobrevivir a duras penas. El Mau-Mau fue una organización creada para combatir aquella situación, con el principal objetivo de rescatar la propiedad de la tierra para los kikuyu y expulsar a los colonos blancos británicos de Kenia.



El movimiento Mau-Mau nació de una de aquellas bandas que bordeaban la legalidad y traficaban con alcohol y drogas. Una de las pandillas, llamada el «Forty Group», que dirigía Fred Kubai, comenzó a plantear reivindicaciones políticas. Los primeros apoyos los encontró entre las prostitutas. Cuando Fred Kubai, junto a otros siete hombres, entre ellos Bildad Kaggia, el otro gran padre del Mau-Mau, se juramentaron en Banana Hill y establecieron la necesidad de la lucha armada para lograr sus objetivos, las prostitutas de River Road y de los muelles de Mombasa comenzaron a cobrar sus servicios, no sólo en dinero, sino también en balas. Una masturbación costaba una bala en River Road, y por una noche de amor se cobraba un cargador entero de fusil.

Las adhesiones al Mau-Mau se extendieron con rapidez en las ciudades y en el campo. El juramento era un acto parecido a la circuncisión, en la tradición ceremonial de los kikuyu, e incluía el sacrificio de una cabra macho, cuya sangre se mezclaba con la de los juramentados. Aquella ceremonia, la única que el Mau-Mau recogía de la tradición religiosa kikuyu, contribuyó a dar fama al movimiento de ser una sociedad que mezclaba la magia con el terror.

La organización se dividió en dos grupos: el ala militar o combatiente, y la pasiva o de apoyo, encargada de recoger el dinero, las armas y la información para nutrir al ala militar. Se formaron secciones regionales, pero las más importantes eran tres: la de Nairobi, la de los montes Aberdares y la del monte Kenia.


Pronto, las guerrillas Mau-Mau comenzaron a atacar granjas de colonos blancos y se produjeron algunas muertes. En 1952, el Mau-Mau fue declarado fuera de la ley y las tropas británicas, con soldados indígenas integrados en las Home Guards, iniciaron una guerra sin cuartel. No obstante, y pese al empleo de toda suerte de armas de fuego, además de tanquetas y bombardeos selectivos desde el aire, los combatientes maus encontraban en las escondidas selvas de los Aberdares y del monte Kenia, y en las callejas de los suburbios de Nairobi, lugares donde la policía no podía dar con ellos. Los maus aprendieron, ocultos en las selvas, a saber por los cantos de los pájaros y los gritos de los monos cuándo el enemigo se acercaba a sus campamentos. Se construyeron sus propias armas de fuego de forma rudimentaria, y siguieron empleando las largas espadas, las pangas y las flechas envenenadas.

En 1954, el Gobierno no había hecho muchos progresos. En ese año nuevos colonos murieron, y Londres decidió cambiar de táctica. Se creó una nueva tropa, los "pseudo gangs", en su mayoría desertores de los maus o colaboracionistas que vivían en las mismas regiones. Estos pseudos se infiltraron en la guerrilla y fueron también los guías en la selva de las tropas gubernamentales.

Otro elemento que jugó en favor de Londres fue la división del pueblo kikuyu entre los que apoyaban a los maus y los llamados loyalist. Este segundo grupo surgió alrededor de los kikuyu que profesaban la religión cristiana y también entre aquellos que seguían a sus jefes de aldea o distrito, por lo general comprados por los colonos y colaboracionistas de la policía. En favor de los loyalist tuvo un gran peso la masacre de Lari, una matanza perpetrada por el Mau-Mau en una aldea cuyo jefe era colaborador de los colonos y en la que murieron 93 personas, entre ellas varios niños.

En medio de las dos facciones se situaba Jomo Kenyatta. Luchaba por la independencia, pero preconizaba medios políticos no violentos y rechazaba al Mau-Mau. La idea de Kenyatta era llegar a un pacto con los colonos y construir una Kenia independiente en la que los blancos encontraran sitio. Londres no quería ni oír hablar de independencia y Kenyatta fue detenido en 1952, juzgado y confinado en la cárcel, de donde no saldría hasta 1961.


A finales de 1954 fue capturado el general «China», uno de los grandes líderes maus, y la resistencia remitió en la zona del monte Kenia. Pero el gran golpe contra el Mau-Mau no llegaría hasta 1956, cuando cayó prisionero el más carismático de todos los «mariscales de campo» de la organización, Dedan Kemathi, que dirigía el Mau-Mau de los Aberdares.



Kemathi había nacido en 1920. Apenas había podido estudiar, debido a la miserable condición de su familia, pero era un hombre inteligente, un estupendo orador y un apasionado lector de poesía inglesa. Medía dos metros de altura y era muy fuerte.

Se proclamó muy pronto «Caballero Comandante del Hemisferio Africano y Lord del Hemisferio Sur». Creía que sus sueños eran verdad y era capaz de matar a un compañero si había soñado que éste le traicionaba. Sus ideas políticas eran muy precisas. «Rechazamos la colonización de Kenia porque nos ha convertido en esclavos y mendigos», dijo en cierta ocasión. Añadía: «Lucharemos hasta el final del mundo a menos que nos devuelvan nuestra libertad y nuestra tierra». Sus ambiciones iban muy lejos: 

«Me considero un gran patriota que lucha no sólo por la libertad de Kenia, sino por la de toda África oriental y el resto del continente». A sus tropas, en fin, las arengaba con el siguiente lenguaje: «Seguid mis pasos y bebed de las copas que yo he bebido, las copas de la tristeza, el dolor, las lágrimas, las dificultades y la perseverancia».

Kemathi formó su primer «Gobierno» en la selva, en el año 1955, al que llamó «Parlamento de Kenia». En ese año el general Njama, secretario jefe del «Parlamento», asaltó la granja del mayor británico Owen Jeoffrys, mientras éste dirigía una operación de castigo contra los maus. Njama no destruyó nada en la granja ni mató a nadie. Tan sólo dejó una nota al mayor en la que decía: «No odiamos el color del hombre blanco, pero no podemos tolerar ver cómo los colonos extranjeros poseen fincas de más de cincuenta mil acres, la mayoría tan sólo ocupadas por fauna salvaje, mientras miles de africanos se mueren de hambre en su propio país. No podemos aceptar que el hombre blanco siga siendo el señor y el africano el sirviente. Pude quemar su granja, pero no lo he hecho para demostrarle que no somos tan destructivos como pueda usted pensar. Seis millones de africanos que tienen razón derrotarán al fin a sesenta mil europeos que están equivocados».

A finales de 1955, de los ciento veinte mil maus que comenzaron la lucha quedaban en libertad únicamente quince mil. En 1956 la casi totalidad de los miembros del «Parlamento» de Kemathi habían muerto o estaban en campos de concentración. Y había más de cien mil kikuyus encarcelados. Para octubre de ese año, Kemathi estaba en los bosques acompañado tan sólo por trece fieles. Era el hombre más buscado de África y el cerco británico se estrechaba a su alrededor. El 21 de ese mes, hambriento, Kemathi recorrió, solo y sin comer, más de ochenta millas en veintiocho horas, en el Nyandura Forest. Un guardia le sorprendió en una pequeña aldea, donde había entrado en busca de comida. Le disparó y le alcanzó en el muslo. Y Kemathi fue capturado.


Al día siguiente su foto apareció en toda la prensa, esposado y herido, con la rabiosa mirada de un felino capturado cuyo corazón no se ha rendido. Miles de copias de la fotografía fueron arrojadas por aviones británicos sobre los bosques de las Tierras Altas. Los kikuyu incorporaron una nueva leyenda a su mitología: la misma mañana en que Kemathi cayó en manos de sus enemigos, una hermosa higuera centenaria se derrumbó cerca del monte Kenia, el monte sagrado de los kikuyu, sin que el aire, un rayo o una enfermedad la hicieran desplomarse.

Kemathi fue juzgado y ejecutado a comienzos de 1957. Y la rebelión Mau se dio por concluida. En 1961, Kenyatta salía de la cárcel y se convertía en el adalid de la Kenia independiente. Este kikuyu sagaz, que había estudiado en Gran Bretaña, convenció a Londres de la necesidad de aceptar una Kenia independiente en la que los intereses de los colonos serían respetados.

Los colonos aceptaron a regañadientes la decisión de Londres. Y Kenia se proclamó independiente en diciembre de 1963, integrada en la Commonwealth. A los actos de celebración asistió el príncipe Felipe, marido de la reina de Inglaterra. Se cuenta como anécdota del acto que el príncipe, en un momento de la ceremonia, se volvió a Kenyatta y le dijo en voz baja: «¿Pero realmente desean ustedes ser independientes?». Un año después, Kenia se constituía en República y nombraba a Jomo Kenyatta su primer presidente.

Los últimos combatientes del Mau-Mau bajaron a Nairobi desde las selvas y montañas de las Tierras Altas aquel mes de diciembre de 1963, y en el estadio Ruringu, ante miles de kikuyus enfervorizados, entregaron sus armas, en un acto simbólico, a Kenyatta. Ante él acataron el nuevo poder los últimos generales maus, como Mwariana, Mugira y Baimungi, y entre ellos una mujer, la mariscala Muthoni.
Los años siguientes, muchas de las promesas hechas a los maus no se cumplieron. No recibieron tierras e incluso algunos de ellos, como Baimungi, fueron asesinados en extrañas circunstancias. Kenyatta había dicho a los colonos blancos poco después de la proclamación de la independencia: «Muchos de ustedes son tan buenos kenianos como yo. Soy un político, pero también un granjero como ustedes. Creo que la tierra nos une a todos y en ese punto tenemos una forma de mutuo entendimiento».

Esas promesas hechas a los blancos sí se cumplieron, y una minoría blanca, junto con la elite negra, controla hoy todas las riquezas de Kenia, entre ellas las mejores granjas de las Tierras Altas. El sucesor de Kenyatta, Daniel Arap Moi, es uno de los hombres más ricos de África y siempre incluye, en sus gobiernos, a algún representante de la comunidad blanca.



El pueblo kikuyu sigue pasando hambre. Y cuando uno de sus líderes alza la voz reclamando justicia y el cumplimiento de las antiguas promesas suele acabar con un tiro en la cabeza. A Delamere no le habría disgustado mucho este sistema, aunque tuviera que cenar algunas veces al año, en la misma mesa, con unos cuantos negros.




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